sábado, 27 de diciembre de 2014

El animal reprimido







El caos.


La experiencia individual y la relación del ser humano con el caos es fundamentalmente de represión. De hecho, el caos por sí mismo no existe, sino como un némesis evocado por la racionalidad humana, que narcisistamente inventa una sombra para figurar su olvido. ¿Qué es el caos entonces? El temor de la razón a desaparecer. Es un imaginario de la completa ausencia de orden. Por ende, aparece en los lugares por donde este orden sangra. La emocionalidad, la sexualidad y la animalidad son tres grandes heridas.  Para culminarlas en una sola las llamaremos “el animal”.
El animal acecha completamente al hombre, pero sin éxito. Sólo logra turbarlo, molestarlo inquietantemente  y causar un daño mínimo comparado con la furia que su esencia supone. ¿Cuál es la fuente de esa debilidad? La tan efectiva represión racional de sus impulsos. Es un sacrificio que el hombre hace para poder vivir en sociedad, una ofrenda a la comunidad  y a la vida. Sin embargo, por más efectiva que sea esa barrera, nunca es perfecta. El caos, incesante,  apunta a las heridas de la razón  y  no le importa el no poder matarla,  se conforma con el sufrimiento de su presa. Al no tener otra defensa humana  que la represión, el animal se transforma en  una amenaza constante y  el éxito de la razón nunca es definitivo. Se verá turbada a lo largo de su existencia por esta fuerza inminente, que la destruirá encarnada en su máxima expresión: la muerte.  Por tanto, el obrar de la razón  consiste en reprimir una fuerza que es salvajemente mayor que ella. Es una cruzada imposible, cuya consecuencia vemos hoy en el fracaso de toda sociedad. La racionalidad y la vida humana, en cuanto se tomen como elementos que deben reprimir el caos, no encontrarán otra cosa que debilidad e impotencia.



La redención de la razón.


Debido a la efectividad de la represión, si el hombre en algún momento añora tiempos de inconsciencia, la sociedad nada debe  temer. La muralla es inquebrantable y la seguridad de la vida en sociedad nunca se verá devastada. Esta situación se puede tornar completamente positiva.  La idea es generar espacios en donde el caos encuentre expresión. Situaciones en que el “animal” se apodere del hombre, haciendo del mismo una digna contradicción y no un imperio represivo. El hombre debe reconocer a su animal como un igual y permitirle emerger y luchar por el dominio de su espíritu. La razón se  redime así  de su posición divina (posición que el hombre le ha dado) y se transforma en un elemento más de la carne. Aislado el cenit de la razón como el fin de la humanidad, el caos empieza a vislumbrarse como otra área en la cual realizarse. Naturalmente, en dónde cada persona pueda hallar un espacio para la manifestación del caos no es ciencia cierta. Cada subjetividad es diferente, y habrá miles de maneras de lograrlo. Lo que importa es el concepto. En mi caso, como una sugerencia, encuentro esencial un espacio que más adelante justificaré como tal: la manifestación poética. 

Marcos Liguori

sábado, 20 de diciembre de 2014

La derrota del espíritu caótico























El acto de vivir se ha tornado en la victoria del sinsentido urbano y ha aniquilado los cuestionamientos propiamente vitales. Algunos anunciarán la debilidad de la razón frente a lo que se podría llamar hábito, costumbre, o la simple acción de la naturaleza.  Esta fuerza nos obliga a vivir cotidianamente, más allá de que nuestro sistema de creencias y valores no encuentren sustento para justificar nuestra existencia en el mundo. Sin embargo, ¿No es capaz la razón de comprender tal situación? Claro que sí. Entonces: ¿Cuál es la fuente de su cobardía en la acción?.  En épocas donde el fervor religioso es practimente nulo, ninguna sociedad funciona en base a la seguridad que una fe pueda brindar.  No necesitamos de una gran mente, (de hecho un infante haciendo las debidas conexiones puede deducirlo) para vislumbrar que una vez muertos, las funciones vitales humanas perdidas anulan la operación de la conciencia y por ende, nada sobrevivirá a la descomposición de nuestro cuerpo. Esto destruye cualquier sentido y valor moral y da al hombre la suprema libertad de hacer lo que le plazca, pues después de muerto solo le espera la nada eterna. Sin embargo, como podemos ver, Dios no está muerto. Las nociones de verdad y la moralidad están lejos de ser inhibidas por la libertad humana. Algo reprime al hombre, tan fuertemente como para mantenerlo totalmente paralizado. Algo lo incita a creer en la verdad. Algo lo domestica en la bondad y lo cultiva en el éxito y el progreso. Toda esta aceptación, es obra de un somnífero, tan eficaz que cualquiera puede verificar lo que aquí se propone. La derrota urbana del hombre es visible. Cualquier crisis, pérdida de valores, o cuestionamiento intenso es completamente inhibido por el papel que el hombre juega en sociedad. Resulta lastimero ver a seres deprimidos, que aseguran estar al borde de sus fuerzas y no poder más con sus problemas,  haciendo sus labores burocráticas con completa normalidad. Los aparatos tecnológicos, los medios de comunicación, la publicidad, y la aparente milenaria solidez del estado moderno afecta de manera inconsciente la mentalidad humana, de tal forma que cada cosa que vislumbre orden, se vuelve potencialmente perjudicial en este sentido. Cada  cosa que “marche bien”, aumenta la impotencia del espíritu humano para expresar su rebeldía caótica, paradójicamente forjada por  el avance científico y la decadencia de la fé. Pues si hemos vuelto  al caos previo al orden mítico,  y la razón se ha destruido a si misma, en la acción se demuestra lo contrario.  El espíritu caótico está inmovilizado por la movilidad del mundo urbano. Por eso, a fin de propuesta, la completa anarquía es la inacción. Mantenerse quietos hasta el absurdo, desperdiciar (utilitariamente) la vida,  pero sólo de una forma exagerada, es lo que podría representar la victoria de la conciencia sobre el cuerpo. He aquí una invitación que intenta hacerle justicia.



Marcos Liguori