El caos.
La experiencia individual y la relación del ser humano con el caos es fundamentalmente de represión. De hecho, el caos por sí mismo no existe, sino como un némesis evocado por la racionalidad humana, que narcisistamente inventa una sombra para figurar su olvido. ¿Qué es el caos entonces? El temor de la razón a desaparecer. Es un imaginario de la completa ausencia de orden. Por ende, aparece en los lugares por donde este orden sangra. La emocionalidad, la sexualidad y la animalidad son tres grandes heridas. Para culminarlas en una sola las llamaremos “el animal”.
El animal acecha completamente al hombre, pero sin éxito. Sólo logra turbarlo, molestarlo inquietantemente y causar un daño mínimo comparado con la furia que su esencia supone. ¿Cuál es la fuente de esa debilidad? La tan efectiva represión racional de sus impulsos. Es un sacrificio que el hombre hace para poder vivir en sociedad, una ofrenda a la comunidad y a la vida. Sin embargo, por más efectiva que sea esa barrera, nunca es perfecta. El caos, incesante, apunta a las heridas de la razón y no le importa el no poder matarla, se conforma con el sufrimiento de su presa. Al no tener otra defensa humana que la represión, el animal se transforma en una amenaza constante y el éxito de la razón nunca es definitivo. Se verá turbada a lo largo de su existencia por esta fuerza inminente, que la destruirá encarnada en su máxima expresión: la muerte. Por tanto, el obrar de la razón consiste en reprimir una fuerza que es salvajemente mayor que ella. Es una cruzada imposible, cuya consecuencia vemos hoy en el fracaso de toda sociedad. La racionalidad y la vida humana, en cuanto se tomen como elementos que deben reprimir el caos, no encontrarán otra cosa que debilidad e impotencia.
La redención de la razón.
Debido a la efectividad
de la represión, si el hombre en algún momento añora tiempos de inconsciencia,
la sociedad nada debe temer. La muralla es inquebrantable y la seguridad
de la vida en sociedad nunca se verá devastada. Esta situación se puede tornar
completamente positiva. La idea es generar espacios en donde el caos
encuentre expresión. Situaciones en que el “animal” se apodere del hombre,
haciendo del mismo una digna contradicción y no un imperio represivo. El hombre
debe reconocer a su animal como un igual y permitirle emerger y
luchar por el dominio de su espíritu. La razón se redime así
de su posición divina (posición que el hombre le ha dado) y se transforma
en un elemento más de la carne. Aislado el cenit de la razón como el fin de la
humanidad, el caos empieza a vislumbrarse como otra área en la cual realizarse.
Naturalmente, en dónde cada persona pueda hallar un espacio para la
manifestación del caos no es ciencia cierta. Cada subjetividad es diferente, y
habrá miles de maneras de lograrlo. Lo que importa es el concepto. En mi caso,
como una sugerencia, encuentro esencial un espacio que más adelante justificaré
como tal: la manifestación poética.
Marcos Liguori