lunes, 30 de marzo de 2015

La Castración de Urano






(Dios nacido del caos, apresado por el tiempo.)



Hay un rito en toda sociedad que universaliza la falta de individualidad humana: la extracción que la cultura, como conjunto, realiza a la esencia de cada individuo. Si bien el caos individual es propio e impenetrable, el espíritu se ve arrebatado a grandes quimeras conceptuales que comparten de una manera terrorífica de concebir el mundo. Así, grandes vampiros, sobreviven manando la sangre que circula por el cuerpo de cada ser humano, privándoles de una existencia auténticamente propia. ¿Quiénes son estos vampiros? Son seres que personifican este horror colectivo en su máxima expresión, imponiendo su espíritu mientras la humanidad viva. Esto es análogo al crimen, al asesinato. No hay peor pecado, desde esta perspectiva,  que sobrevivir espiritualmente a la muerte. Sobrevivir espiritualmente a la muerte significa imponerse como canon cultural y establecer una ideología. Voy a discutir esta noción solamente en el campo del pensamiento y del arte. El pensador canónico, lejos de ser un ídolo, es un vampiro que se alimenta de la sangre espiritual de cada individuo. Con “sangre espiritual” no me estoy refiriendo sino al pensamiento. Cada espectro cultural hace del cuerpo individual, alimento. Así, el vampiro social prevalece, como genio, adorado por súbditos que solo pueden comentar sus genialidades, adoptarlas en sangre propia, y pensar como si fueran ellos.  He aquí la castración de Urano. 



(El vampirismo se da través de imanes, cables y hierros)


El investigador, el filósofo, el artista, renuncia a su creatividad individual, a su propio pensar, bruto y salvaje, en armonía con su caos, para reposar en los campos fértiles del pensamiento establecido. Así, luego de ser castrado, inclina su cuello a los colmillos de la cultura hegémonica, quien suavemente ira manando su sangre, y obteniendo así, mayor vitalidad.  El muerto vivo prevalece. El horror prevalece.


(El culto se vuelve objeto, el libro despersonaliza y enajena al pensador, el individuo muere.)


¡Ojo! ¡Esto se aplica también a los artistas y críticos de la hegemonía! Ellos no están exentos. El vampiro necesita de cristianos, necesita de la cruz intelectual que se le oponga, que luche contra ella, pues sólo hacen más delicioso su triunfo. Ellos,  los artistas, los intelectuales, son los cristianos que representan la moral victoriana digna de ser transgredida.  Son la cumbre de la enajenación. Son quienes perpetúan en su crítica, la supervivencia del vampiro, debido a su debilidad. En el momento que el arte y el pensamiento se institucionalizó, dejó de ser crítico y auténtico. Dejó de ser un enemigo digno.  El vampiro los devoró.  Sometieron su arte, su sangre, al espíritu colectivo, y las normas y lenguajes que este les impuso. Reprimieron su caos. Castraron su creatividad, su individualidad, esa voz interior que les decía: “soy un bruto (para el vampiro), pero esta es mi forma de pensar y sentir”.

Así, se crean dos grandes castas de animales castrados: los artistas e intelectuales que perseveran en el cánon, y los que quieren perseverar en él pero fracasan.  Ajeno a ellos, una excluida pero  igual de indigna aparece, la casta crítica que se opone al mismo, pero conforma un a la vez un cánon opositor, por lo cual la castración es igual de inminente. Estamos ante una sociedad completamente enajenada, que no piensa por sí misma, alimentando su espíritu con caos, sino que sacrifica toda individualidad en su sangre a la supervivencia de grandes mentes, dioses adorados por las instituciones. Tanto la cultura, como la contra-cultura, asesinan al individuo. Lo transforman en un vámpiro, que para vivir necesita ir mordiendo a jóvenes en las universidades (profesor). El gran maestro está muerto, pero todos bailan su danza.









 ( Los estudiantes, personas sin rostro, educados e instruidos con métodos horrorosos. La sistematización del saber, y los grandes monstruos académicos.)


Por eso el individuo es el redentor, el individuo es aquel que renuncia a ser mordido por  la cultura,  y atesora su salvajismo, cual oro negro. Si entendemos al caos como aquella esencia animal, emocional, completamente irracional y subjetiva, y al espíritu como la manifestación del pensamiento, queda en nuestra cumbre el caos espiritual. El caos espiritual no es sino el enfrentamiento al vampiro que amenaza con la inmortalidad de la sangre, pero de la sangre ajena. En cuanto el espíritu sea representación del caos, y obedezca a sus impulsos, nunca será manado por la masa cultural hegemónica,  ni la contra-cultura. El individuo se mantiene infantil, jugando con su propia esencia, decidido a optar la estupidez, o la demencia, antes que asentarse en lógicas intelectuales establecidas. El niño desconoce la hipnosis del vampiro. No hay camino, no hay meta cultural ajena a la intensidad de su pensamiento y sus emociones. Elije la locura.  No sobrevivirá a la historia, porque no le interesa hacerlo, pues su afán es puramente individual. El caos se expresa puro y solemne,  el espíritu encuentra reposo en la soberbia natura, y la hermosura esencial toma la forma de Artemisa.


(La institucionalización del vivir)


(El pensador enajenado a pasados virtuales)


(La individualidad permanece débil, en las emociones.)



(La locura es el despertar.)


 (El individuo, mediante el caos, vive en contacto con el entramado del espíritu colectivo, sin embargo conserva su esencia.)





Marcos Liguori.


jueves, 12 de marzo de 2015

La Sombra





(El artista es la marioneta del Mal interior.)

La humanidad comparte sueños y los devora en su propia esencia. Si es el individuo, quien sacrifica su genio y funde con la especie, o si es la especie la que se desangra y crea individualidades, no es algo que nos perturbe por ahora. Sea como fuere, tenemos necesariamente, dos tipos de telones. Uno que representa al mal individual, y otro al mal colectivo.  ¿A qué me refiero con esto? A nada distinto de lo que plantea Jung, a la sombra. Aquellos deseos, emociones, pensamientos, y cualidades negativas que reprimimos y no reconocemos como constitutivas de nuestro ego o cultura. La sombra es el mundo oscuro, el mundo excluido, aquél edén maligno en que incesantemente se forjan las desgracias que perturban nuestra serena paz. Es un telón rojo, que ausente, da sentido al escenario. Es la inconsciencia oscura, en la cual cegamos nuestros peores y desagradables defectos. No tardamos en crear un monstruo, negro, un animal, que hambriento, se libera para ir a devorar flores color dorado.



(La represión racional crea un animal vivo y salvaje)

(Mas el animal no encuentra, por medio de esa razón, campos fértiles por donde errar)


(El animal se degrada y se retira a las sombras de la lógica racional)


(Victorioso, se alimenta a salvo, y disfruta de impartir mal desde la sombra) 

Si el animal individual, basta para desestabilizar la débil personalidad humana, y llevarla a la explosión neurótica, ¿Se imaginan lo que podría hacer el animal colectivo? No es necesario, tómese los más elementales de los manuales de historia, o un libro de arte, y  no se tardará en descubrir que “la razón produce monstruos”. No quiero hablar más, ni adornar este texto a fin de construir un estúpido halago al ego, como muchos intelectuales encuentran en sus investigaciones.  Llego a una rápida conclusión, a la cual ha llegado mucha gente, incluido Jung.

Para evitar al animal colectivo, y no ceder nuestra carne a la furia reprimida del animal individual, ha de armonizarse lo salvaje. Ha de crearse una proporción feroz, una forma caótica, una carne divina.  Me refiero a la expresión artística del animal, de la sombra, tanto colectivo como individual


(Si decidimos montar al animal, y obligarlo a permanecer en el ámbito de la materia, se tornará manso al lobo).

Sin embargo, no todos son artistas, ni tienen porque serlo. Me corrijo, todos deben ser artistas, pero no a la manera que la academia lo exige. El artista mundano, debe adoctrinar salvajemente a su animal, permitiéndole la expresión de su esencia y su negatividad en su cuerpo físico y exterior. Cuando hablo de exterior hablo también de pensamientos y emociones. Ambos, son materia y gozan de la misma realidad ontológica que una mano, uñas, cabello, o corazón. Si el individuo representa a su animal artísticamente, la fuerza expresiva del mismo se verá incluida, y no  reprimida neuróticamente. Una vez vivamos en una sociedad de individuos animales, debemos trabajar ahora en derrocar al monstruo que rige desde las sombras y hacerlo visible.  Hacer la sombra material. Y hacer la sombra material social y cultural. El arte es el medio. Por ende, se me ocurre como un  factor fundamental la propia estética y vestimenta. Como expresión a priori de la propia animalidad y salvajismo divino. La vestimenta es la articulación individual, que se atreve incluso a jugar un papel político en la sociedad. Es el grito salvaje del individuo a su manada, a su especie, y toda la totalidad de la naturaleza.  La siguiente propuesta, abarcará los textos venideros, considerando la doctrina de la vestimenta, eje clave para la expresión sana del monstruo interior que reprimimos, tanto individualmente, como en el horror colectivo que se ha experimentado en todas las sociedades genocidas a lo largo de la historia.  El mal no puede hacer daño en el arte. Por ende, trasladémoslo allí y hagámoslo visible mediante la estética y no la guerra, los crímenes y la violencia mundana.  Materialicémoslo, y expiemos a nuestra razón, que ahora acepta al animal como igual, de su horroroso pasado. Para ello, materialicemos su animalidad, ¿Cómo?  Adornémosla con prendas y hagamos de la vestimenta la oda individual y colectiva a monstruos que nos dañan desde las sombras, y que por contrario, sólo nos harían bien si le arrojáramos luz, irracionalmente bella y material.  





(La vestimenta, la sublime expresión de lo salvaje) 


(La sombra individual, y por ende la colectiva, se hace materia individual, y por ende colectiva) 

domingo, 1 de marzo de 2015

La fascinación estética por el mal.




Tanto en la literatura de Hesse como en la de Bataille, podemos ver la fuerte presencia de la figura del “Mal” como emancipación del hombre de la convención.  Es curioso notar que en ambos espectros literarios, el mal encarnado es representado no solo como algo metafísicamente en un estado de expresión puro, sino también en la figura femenina, específicamente en la de la madre. Pero no de la madre en el sentido de Edipo (o quizás también), personal, sino de la madre de todos los hombres. Hablamos de Eva. Particularmente para Hesse, tanto en Demian como en otra obra quizás tanto o más fundamental que esta: Narciso y Goldmundo. La madre representa la fuerza salvaje, la divinidad, pero la divinidad siniestra.  En contraste con el mundo donde la moral es preservada, el convento,  Goldmundo encuentra  la  intensidad divina en su sentimental viaje, donde no es sino la figura del mal, la de la madre, la que lo alumbra en el horizonte. El personaje se someterá poco a poco a la transgresión de las convenciones morales que lo forjaron, tanto su padre como el convento, siguiendo los pasos de la madre, llegando a instancias en que comete  incluso el asesinato, o  la lujuria, pero narradas con una dulzura que ameniza cada ruptura o crisis moral. Esto genera una angustia,  propia en Goldmundo, como  el pecho de cada ser que la sienta.

Es la angustia propia de que el Mal es el medio para alcanzar la intensidad divina, llámesele la divinización del mal.


En el convento, en el ámbito de la “oración”, se logra solo una serenidad acorde a la rectitud moral, pero el Mal asegura de por sí una intensidad emocional, filosófica, física e incluso metafísica que hace del que lo práctica o cede a su influencia encuentre su razón de ser o la propia sacralización.  Será lo que guíe al sentimental Goldmundo, y será lo que libere a Sinclair (Protagonista de Demian) del cascarón moral que lo encerraba, llámesele como él mismo lo nombraba, el mundo luminoso.  El de la familia. El del hogar.



Hay una parte importantísima en dicho libro, escena en el que el joven  Sinclair  se encuentra con su primer rival, Franz Krommer.  Este le hace  cometer un ultraje, y comienza a manipular a Sinclair mediante esa situación. Franz Krommer representa una amenaza propiamente moral, de desestabilización de dicha moralidad.  Paradojica y brillantemente, ¿Quién es el salvador del joven Sinclair? El demonio, Demian, el mal puro, Caín, Eva. Demian es el mecanismo de defensa de Sinclair, mediante el cual diviniza su propio espíritu , reconociendo la propia maldad y la inmersión en el “mundo oscuro”.  Si vamos más lejos, Demian no sólo es la encarnación propia del  demonio, sino de Eva (Madre de Demian en el libro). 





(Quién quiera nacer deberá destruir un mundo.) Demian, Hesse


(Le dije madre y le dije amor, la llamé prostituta pérdida.) Demian, Hesse


(La nombre Arbaxás.) Hesse




Mediante la corrupción y la transgresión del bien, o de las convicciones morales, el ser humano o el individuo logra romper el cascarón y volar a hacia Dios, el nombre de ese Dios es Abraxas. (Bien y Mal. Dios y Diablo.)  En fin, lo que representa el Mal en la obra de Hesse es la propia emancipación de las ataduras morales que reprimen la maravillosa esencia de cada hombre. Ese mal es representado no como una simple transgresión de una convención moral, sino como algo fascinante, como  algo metafísico, que lleva a lo sacrílego y al mundo de la dualidad,  de la propia divinización. Es Eva.











Este rasgo se va a ver claro en  la literatura de Bataille. Desconozco si Bataille leyó a Hesse, (sería casi imposible que no) o si este influyó en él, pero encuentro una semejanza fundamental. La figura fascinantemente maligna de la Madre (Eva), así como la divinización de ese mal. En la obra “Mi madre”, Bataille encarna al mal absoluto en la corrupción, la degradación y la inmundicia erótica que representa la madre del protagonista. La madre es la transgresora que promete la propia divinidad no mediante el camino religioso sino mediante la corrupción constante. Se trata de la encarnación maligna de lo erótico, como acto destructivo de la propia moralidad que obstaculiza la plenitud individual. Para Bataille, en esta obra, lo repugnante, lo sucio y lo oscuro es equivalente a lo más sagrado y divino. El mal es garantía de felicidad, la propia perversidad es  el camino de la redención.  Hay sin duda, una fascinación estética y emocional por el mal que diviniza su esencia. ¿De qué es producto esa fascinación? ¿De la propia moralidad social y convencional que asfixia y que impulsa al ser a ver encanto en la transgresión?



(El mal se diviniza degradándose.)



(La intensidad es el trofeo de la angustia.)


A riesgo de parecer un moralista, me atrevo a decir que el bien engendra al mal. No es sino la actitud religiosa de reprimir la propia animiladidad y la propia maldad, que hacen a un estallar neurótico e insano de la misma. No se puede percibir al hombre desde una sola fase, el alma humana no es completamente buena. Exigir esto, es más perjudicial que aceptarlo. Porque el mal neurótico y “moral” es la reacción natural a la imposición de convicciones erróneamente reconocidas como rectas. El hombre debe tomar al mal como parte de su constitución metafísica, y se convertirá paradójicamente en un “mal benigno”. Si, tan dulce y  amoroso como la narrativa de Hesse.  Este tipo de mal, encarnado en Demian, en Eva, es tan solo la destrucción de la convencionalidad.  Lo que nos hace romper el cascarón.  Reconocer el mal como constitutivo del mundo y la propia naturaleza humana, disminuye el deseo transgresor, y se convierte en arma de libertad y emancipación.  El hombre no asesinará, no hará ningún tipo de daño a los demás, porque la propia convención  moral que antes lo oprimía a tal punto de eróticamente querer transgredirla,  ya no existe.  El hombre vuelve a ser uno con su animal , con su demonio.  Reconocerá las dos facetas de la vida, y en la fascinación estética verá el mal realizado. Esta realización no será dañina, pues será solo emoción, poesía  y arte.  El mal es el impulso de la literatura, y la propia ficción.  La marca de Caín relucirá en la frente, y la  divinidad será hecha carne,  sacramente profana.








Véase en el siguiente video, una entrevista a Georges Bataille, en dónde explica en qué punto el mal se expresa en literatura. 


Marcos Liguori.