(Dios nacido del caos, apresado por el tiempo.)
Hay
un rito en toda sociedad que universaliza la falta de individualidad humana: la
extracción que la cultura, como conjunto, realiza a la esencia de cada
individuo. Si bien el caos individual es propio e impenetrable, el espíritu se
ve arrebatado a grandes quimeras conceptuales que comparten de una manera
terrorífica de concebir el mundo. Así, grandes vampiros, sobreviven manando la
sangre que circula por el cuerpo de cada ser humano, privándoles de una
existencia auténticamente propia. ¿Quiénes son estos vampiros? Son seres que
personifican este horror colectivo en su máxima expresión, imponiendo su
espíritu mientras la humanidad viva. Esto es análogo al crimen, al asesinato.
No hay peor pecado, desde esta perspectiva,
que sobrevivir espiritualmente a la muerte. Sobrevivir espiritualmente a
la muerte significa imponerse como canon cultural y establecer una ideología.
Voy a discutir esta noción solamente en el campo del pensamiento y del arte. El
pensador canónico, lejos de ser un ídolo, es un vampiro que se alimenta de la
sangre espiritual de cada individuo. Con “sangre espiritual” no me estoy
refiriendo sino al pensamiento. Cada espectro cultural hace del cuerpo
individual, alimento. Así, el vampiro social prevalece, como genio, adorado por
súbditos que solo pueden comentar sus genialidades, adoptarlas en sangre
propia, y pensar como si fueran ellos.
He aquí la castración de Urano.
(El vampirismo se da través de imanes, cables y hierros)
El
investigador, el filósofo, el artista, renuncia a su creatividad individual, a
su propio pensar, bruto y salvaje, en armonía con su caos, para reposar en los
campos fértiles del pensamiento establecido. Así, luego de ser castrado,
inclina su cuello a los colmillos de la cultura hegémonica, quien suavemente
ira manando su sangre, y obteniendo así, mayor vitalidad. El muerto vivo prevalece. El horror
prevalece.
(El culto se vuelve objeto, el libro despersonaliza y enajena al pensador, el individuo muere.)
¡Ojo!
¡Esto se aplica también a los artistas y críticos de la hegemonía! Ellos no
están exentos. El vampiro necesita de cristianos, necesita de la cruz
intelectual que se le oponga, que luche contra ella, pues sólo hacen más
delicioso su triunfo. Ellos, los artistas,
los intelectuales, son los cristianos que representan la moral victoriana digna
de ser transgredida. Son la cumbre de la
enajenación. Son quienes perpetúan en su crítica, la supervivencia del vampiro,
debido a su debilidad. En el momento que el arte y el pensamiento se institucionalizó,
dejó de ser crítico y auténtico. Dejó de ser un enemigo digno. El vampiro los devoró. Sometieron su arte, su sangre, al espíritu
colectivo, y las normas y lenguajes que este les impuso. Reprimieron su caos.
Castraron su creatividad, su individualidad, esa voz interior que les decía:
“soy un bruto (para el vampiro), pero esta es mi forma de pensar y sentir”.
Así,
se crean dos grandes castas de animales castrados: los artistas e intelectuales
que perseveran en el cánon, y los que quieren perseverar en él pero
fracasan. Ajeno a ellos, una excluida
pero igual de indigna aparece, la casta
crítica que se opone al mismo, pero conforma un a la vez un cánon opositor, por
lo cual la castración es igual de inminente. Estamos ante una sociedad
completamente enajenada, que no piensa por sí misma, alimentando su espíritu
con caos, sino que sacrifica toda individualidad en su sangre a la
supervivencia de grandes mentes, dioses adorados por las instituciones. Tanto
la cultura, como la contra-cultura, asesinan al individuo. Lo transforman en un
vámpiro, que para vivir necesita ir mordiendo a jóvenes en las universidades
(profesor). El gran maestro está muerto, pero todos bailan su danza.
( Los estudiantes, personas sin rostro, educados e instruidos con métodos horrorosos. La sistematización del saber, y los grandes monstruos académicos.)
Por
eso el individuo es el redentor, el individuo es aquel que renuncia a ser
mordido por la cultura, y atesora su salvajismo, cual oro negro. Si
entendemos al caos como aquella esencia animal, emocional, completamente
irracional y subjetiva, y al espíritu como la manifestación del pensamiento,
queda en nuestra cumbre el caos espiritual. El caos espiritual no es sino el
enfrentamiento al vampiro que amenaza con la inmortalidad de la sangre, pero de
la sangre ajena. En cuanto el espíritu sea representación del caos, y obedezca
a sus impulsos, nunca será manado por la masa cultural hegemónica, ni la contra-cultura. El individuo se
mantiene infantil, jugando con su propia esencia, decidido a optar la
estupidez, o la demencia, antes que asentarse en lógicas intelectuales
establecidas. El niño desconoce la hipnosis del vampiro. No hay camino, no hay
meta cultural ajena a la intensidad de su pensamiento y sus emociones. Elije la
locura. No sobrevivirá a la historia,
porque no le interesa hacerlo, pues su afán es puramente individual. El caos se
expresa puro y solemne, el espíritu
encuentra reposo en la soberbia natura, y la hermosura esencial toma la forma
de Artemisa.
(La institucionalización del vivir)
(El pensador enajenado a pasados virtuales)
(La individualidad permanece débil, en las emociones.)
(La locura es el despertar.)
(El individuo, mediante el caos, vive en contacto con el entramado del espíritu colectivo, sin embargo conserva su esencia.)
Marcos Liguori.
un placer leerlo como siempre
ResponderBorrarMuchas gracias, por la dedicación desinteresada de leer estos textos.
BorrarEs difícil sobrevivir a ellos, sobre todo si uno entra a la casa de ellos, la universidad. Yo los he enfrentado, he perdido pero también ganado. Vengo de la locura ¿acaso mantengo mi esencia? no lo se. El guerrero puede morir, pero el vampiro tiene una vida sin vida, mientras el guerrero, si muere tiene vida eterna.
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