domingo, 1 de marzo de 2015

La fascinación estética por el mal.




Tanto en la literatura de Hesse como en la de Bataille, podemos ver la fuerte presencia de la figura del “Mal” como emancipación del hombre de la convención.  Es curioso notar que en ambos espectros literarios, el mal encarnado es representado no solo como algo metafísicamente en un estado de expresión puro, sino también en la figura femenina, específicamente en la de la madre. Pero no de la madre en el sentido de Edipo (o quizás también), personal, sino de la madre de todos los hombres. Hablamos de Eva. Particularmente para Hesse, tanto en Demian como en otra obra quizás tanto o más fundamental que esta: Narciso y Goldmundo. La madre representa la fuerza salvaje, la divinidad, pero la divinidad siniestra.  En contraste con el mundo donde la moral es preservada, el convento,  Goldmundo encuentra  la  intensidad divina en su sentimental viaje, donde no es sino la figura del mal, la de la madre, la que lo alumbra en el horizonte. El personaje se someterá poco a poco a la transgresión de las convenciones morales que lo forjaron, tanto su padre como el convento, siguiendo los pasos de la madre, llegando a instancias en que comete  incluso el asesinato, o  la lujuria, pero narradas con una dulzura que ameniza cada ruptura o crisis moral. Esto genera una angustia,  propia en Goldmundo, como  el pecho de cada ser que la sienta.

Es la angustia propia de que el Mal es el medio para alcanzar la intensidad divina, llámesele la divinización del mal.


En el convento, en el ámbito de la “oración”, se logra solo una serenidad acorde a la rectitud moral, pero el Mal asegura de por sí una intensidad emocional, filosófica, física e incluso metafísica que hace del que lo práctica o cede a su influencia encuentre su razón de ser o la propia sacralización.  Será lo que guíe al sentimental Goldmundo, y será lo que libere a Sinclair (Protagonista de Demian) del cascarón moral que lo encerraba, llámesele como él mismo lo nombraba, el mundo luminoso.  El de la familia. El del hogar.



Hay una parte importantísima en dicho libro, escena en el que el joven  Sinclair  se encuentra con su primer rival, Franz Krommer.  Este le hace  cometer un ultraje, y comienza a manipular a Sinclair mediante esa situación. Franz Krommer representa una amenaza propiamente moral, de desestabilización de dicha moralidad.  Paradojica y brillantemente, ¿Quién es el salvador del joven Sinclair? El demonio, Demian, el mal puro, Caín, Eva. Demian es el mecanismo de defensa de Sinclair, mediante el cual diviniza su propio espíritu , reconociendo la propia maldad y la inmersión en el “mundo oscuro”.  Si vamos más lejos, Demian no sólo es la encarnación propia del  demonio, sino de Eva (Madre de Demian en el libro). 





(Quién quiera nacer deberá destruir un mundo.) Demian, Hesse


(Le dije madre y le dije amor, la llamé prostituta pérdida.) Demian, Hesse


(La nombre Arbaxás.) Hesse




Mediante la corrupción y la transgresión del bien, o de las convicciones morales, el ser humano o el individuo logra romper el cascarón y volar a hacia Dios, el nombre de ese Dios es Abraxas. (Bien y Mal. Dios y Diablo.)  En fin, lo que representa el Mal en la obra de Hesse es la propia emancipación de las ataduras morales que reprimen la maravillosa esencia de cada hombre. Ese mal es representado no como una simple transgresión de una convención moral, sino como algo fascinante, como  algo metafísico, que lleva a lo sacrílego y al mundo de la dualidad,  de la propia divinización. Es Eva.











Este rasgo se va a ver claro en  la literatura de Bataille. Desconozco si Bataille leyó a Hesse, (sería casi imposible que no) o si este influyó en él, pero encuentro una semejanza fundamental. La figura fascinantemente maligna de la Madre (Eva), así como la divinización de ese mal. En la obra “Mi madre”, Bataille encarna al mal absoluto en la corrupción, la degradación y la inmundicia erótica que representa la madre del protagonista. La madre es la transgresora que promete la propia divinidad no mediante el camino religioso sino mediante la corrupción constante. Se trata de la encarnación maligna de lo erótico, como acto destructivo de la propia moralidad que obstaculiza la plenitud individual. Para Bataille, en esta obra, lo repugnante, lo sucio y lo oscuro es equivalente a lo más sagrado y divino. El mal es garantía de felicidad, la propia perversidad es  el camino de la redención.  Hay sin duda, una fascinación estética y emocional por el mal que diviniza su esencia. ¿De qué es producto esa fascinación? ¿De la propia moralidad social y convencional que asfixia y que impulsa al ser a ver encanto en la transgresión?



(El mal se diviniza degradándose.)



(La intensidad es el trofeo de la angustia.)


A riesgo de parecer un moralista, me atrevo a decir que el bien engendra al mal. No es sino la actitud religiosa de reprimir la propia animiladidad y la propia maldad, que hacen a un estallar neurótico e insano de la misma. No se puede percibir al hombre desde una sola fase, el alma humana no es completamente buena. Exigir esto, es más perjudicial que aceptarlo. Porque el mal neurótico y “moral” es la reacción natural a la imposición de convicciones erróneamente reconocidas como rectas. El hombre debe tomar al mal como parte de su constitución metafísica, y se convertirá paradójicamente en un “mal benigno”. Si, tan dulce y  amoroso como la narrativa de Hesse.  Este tipo de mal, encarnado en Demian, en Eva, es tan solo la destrucción de la convencionalidad.  Lo que nos hace romper el cascarón.  Reconocer el mal como constitutivo del mundo y la propia naturaleza humana, disminuye el deseo transgresor, y se convierte en arma de libertad y emancipación.  El hombre no asesinará, no hará ningún tipo de daño a los demás, porque la propia convención  moral que antes lo oprimía a tal punto de eróticamente querer transgredirla,  ya no existe.  El hombre vuelve a ser uno con su animal , con su demonio.  Reconocerá las dos facetas de la vida, y en la fascinación estética verá el mal realizado. Esta realización no será dañina, pues será solo emoción, poesía  y arte.  El mal es el impulso de la literatura, y la propia ficción.  La marca de Caín relucirá en la frente, y la  divinidad será hecha carne,  sacramente profana.








Véase en el siguiente video, una entrevista a Georges Bataille, en dónde explica en qué punto el mal se expresa en literatura. 


Marcos Liguori. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario