domingo, 19 de abril de 2015

La Ceguera Sublime.


¿Qué tanto nos interesa la verdad? En cuanto no tenga consecuencias prácticas aceptables, esa quimera es despreciable. Es una horrorosa combinación entre Dios y hombre, una cruz que  cada mente debe llevar el resto de su vida por el mero hecho de haber nacido en un determinado contexto. Sí, no estoy tomando a la noción de verdad como algo absoluto, sino como algo convencional. Pero aún siendo esta quimera un molde social, existe. Cada individuo se ve determinado a aceptar las reglas que el poder le impone y moverse de acuerdo al rol que tiene establecido. Aquí se da un acto estéticamente desagradable, que no se puede explicar a menos que se comprenda la noción de verdad. Piensesé en la supuesta visión divina. El conocimiento de Dios. Naturalmente, como es un ser omnisapiente, puede adivinar todas las causas y todos los efectos, de manera que no hay misterio en su razón. Todos los acontecimientos le son meramente predecibles. Por otro lado, la experiencia estética está  determinada por el asombro, y la sorpresa, pues nada que a nuestros ojos  les resulte predecible nos puede resultar bello. La impredecibilidad es la justificación de toda experiencia estética sublime y por tanto, para el ojo de Dios, no hay nada bello.  No hay nada bello porque todo le es predecible. Cuando vemos algo bello hay algo que no podemos explicar, algo que oscurece a nuestros sentidos, a nuestro intelecto, un elemento misterioso, llámesele el “don de la ignorancia” o la “ceguera sublime”. Esta ceguera Dios no la posee, y por tanto, el ojo de Dios es lo más indeseable, la visión más fea de todas. 




(El Edén para Dios es el infierno de la causa-efecto)


Sin embargo, traslademos este esquema a las sociedades actuales. Todo es un mecanismo, la sociedad funciona de acuerdo a los roles que interpreta cada individuo. El mecanismo social es asquerosamente predecible. Todos sabemos mínimamente que rol vamos a cumplir, o las posibilidades que tenemos. En base a que vamos a trabajar, en que nos vamos a desempeñar, el status económico y social que vamos a poseer, y las posibilidades de trascendencia que tenemos. El hombre utiliza a la sociedad como una coraza mecánica, como un Dios que le determina que papel cumplir. Dedica y empeña su vida a mantenerla. 



(Vivir es interpretar un rol ajeno y predecible.)

Si como dije antes, la belleza se mide en niveles de impredicibilidad o de misterio, nuestra vida y nuestra sociedad se muestran como algo repugnante al sentido estético. El vivir, el cumplir un rol, una rutina, se presenta como el acto de fealdad  más grande de todos, puesto que es algo completamente predecible. Contrario a lo que se piensa, el desarrollo del “saber”, es decir, del descubrimiento de una “única verdad”, hace más predecible la tarea. El científico (monoteísta) va al mar y pesca fealdad; la reparte para el pueblo. Construye los cimientos de una anti-obra de arte, la limitación de la ignorancia, la limitación de la impredecibilidad.


 

(La monoteización de la verdad.)


Disciplinas como el arte o la literatura quedan en un segundo plano: o funcionales al saber científico, o como exilio del mismo.  Pero nunca con el mismo Status. Por tanto, la convención se vuelve monoteísta, es decir, confía y cree en una sola verdad, y por tanto, más predecible aún. La contra-cultura es completamente dominada, y el vivir básico es el fundamento de la maquinaria. Todo hombre tiene metas definidas, sueños preestablecidos y realizados, siempre de acuerdo a la verdad.  El abismo y la ceguera, son reemplazados por la fé en lo predecible. Así, cada contexto o convención social se transforma en el paradigma de una obra 
anti-estética. Viven reguladas como si Dios las observara. Cada ser sabe que será de sí  en  treinta años, y acepta la fealdad de su conocimiento.




Esto es consecuencia del desligamiento de la estética o la belleza a la verdad. Quienes mataron a Dios, impusieron uno nuevo, mucho más feo.  Por tanto, hoy en la convención  tanto científica como artística la estética está muerta. Por eso, estos seres, se convirtieron  en críticos y aceptaron la fealdad. Volvieron-se predecibles. Ya no es posible la creación, sino el análisis. 


 (La coraza y el casco, la sociedad mecánica) 

Sin embargo. ¿hay quienes irracionalmente se proclaman ciegos?  Aquí hay uno. No temo la burla del entramado institucional. No temo a la ciencia ni al arte. Digo: “la belleza está viva” y la verdad sólo se debe corresponder a ella. Para ello es necesario el mito, la ceguera, y la irracionalidad. Si acepto la convención le estoy dando el poder de leer mi mente. En tanto, cegándo mi intelecto, le otorgo impredicibilidad. Si me rehuso a pensar con las armas que la institucionalidad me brinda, estaré por lo menos haciendo mi obrar una experiencia estética.  No hay verdad, apliquemos entonces, esa premisa.



(Los ojos, voluntariamente, se ciegan.) 



(El ser a oscuras, el ignorante, se vuelve impredecible.)



 (La belleza necesita de oscuridad.)




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