lunes, 29 de junio de 2015

La estética animal.




(El dolor constituye lo sublime)

 Cuando toda razón oscurece y queda inerte a cualquier falsa idea de progreso, el ser humano tiene dos opciones: o delatarse intelectualmente de esta situación, es decir, mirar y maravillarse de la nada, o buscar la trascendencia que esa  macabra razón le impide. El hombre racional, quien le reza al cadáver, dirá: “es imposible la vuelta al mito”. Sin embargo, quien a pesar de haber matado a Dios y toda esperanza en la palabra “verdad” siente dolor al apreciar lo que antaño consideraría bello, es víctima de una feroz melancolía. Llameselé la melancolía del presente o el dominio de la estética. Advierte, atónito, que a pesar de la academia, la estética no se puede matar. Sigue adorando las formas, en secreto, mientras escupe sarcasmo y pesimismo en la covención.



(La academia instruye, pero la esencia se mantiene animal)


Supóngase un ejemplo: Un joven aislado de todo contexto culturalmente intelectual vive su percepción estética con sumo embelesamiento. Nadie lo ha influenciado para tal cosa, ni una iglesia, ni una estructura de conocimiento, ni de arte. Sin embargo, cuando el joven,  guíado por ese estetismo que cree vivo y reinante, ingresa al “mundo cultural”, lee clara una insignia: “La belleza ha muerto”. Todo idealismo es pecado. ¿Qué pasa con su percepción estética anterior?. ¿Es falsa? ¿Es una quimera? Si, pero creada desde el “error”. Eso la hace verdadera, esencial y con el mismo status que cualquier juicio de la convención. Si el joven reniega del crimen de los académicos, deberá llevar su anhelo estético hacia un punto mayor, hacia el animal. Deberá totalizar la estética, pues no podrá justificarla en Dios, sino en la carne.



(Antaño la belleza era beatitud, hoy la convención obliga el esteta a refugiarse en el animal para hacerle frente a la máquina)


La tarea que me propongo es hacer una alabanza de la propia forma animal, buscándola en todo ámbito. Imponiendo la bandera de una diosa que hiere a todo aquel que la evada: la estética.

La estética es la reunificación de las partes escindidas del cuerpo universal en un punto que se enorgullece de ser como es. La estética es la búsqueda de la explosión del orden, a causa de exceso de orden. A causa de exceso de perfección. Cuando la perfección se desborda, todo adquiere sentido y valor. La estética es un fin, no un medio.




La estética es igualdad. Porque es holismo. Es un todo. Nada queda afuera del compendio estético sublime. Cada ser, perderá simbólicamente su soledad.



(La nada estética vence a la nada racional. La nada se hace todo.)


La estética es fin. Porque la estética es eternidad. La eternidad es la fuerza que escapa al peso devastante y limitador del tiempo. La estética no es la fuerza que compadece a Atlas en su padecer, sino la fuerza que destruye el mundo que debe cargar.

La estética es moral en su perfección. La estética es un dogma revelado. La estética es el paradigma de la libertad moral, porque es única. Le estética requiere acciones que mantengan su status y poderío. Por ello, la estética tiene como condición la igualdad social, logrando una totalización del estilismo en las acciones. Supone que todo acto tiene una consecuencia artística y si se impone la injusticia como algo estétiamente repugnante, la estética prevalecerá en verdad, justicia, y deber. Todo ciudadano tendrá una obligación estética que lo hará igual a los demás.

La estética del animal apunta a las expresiones libres del pensamiento. El pensamiento, acorde a los desvaríos estéticos, encontrará su rumbo perdido. Si todo se perfila a un fín estético, entonces no hay culpa. La culpa es el sentimiento obstructivo más perjudicial en la humanidad. La culpa hace a la pérdida y al arrepentimiento. Pero la estética, la estética purga el arrepentimiento con belleza. Si la razón no tiene un objetivo claro, ¡subordinemos pues, el pensamiento a la madre Venus!.




Sin embargo, cuando digo belleza no me refiero a la quimera que los intelectuales mataron en sus academias. Cuando digo belleza me refiero a la herida que hay en cada cosa. Al dolor de cada ente. De cada objeto. Al momento de observar algo bello pareciera que las cosas se retorcieran en su brillantez. Hay una pesadez que congela el tiempo. Las cosas tienen valor poético y simbólico. Entonces, ¿pueden ser meramente cosas?.



(La estética se concentra en un punto donde nada muere) 


Atención a este enunciado: “los entes tienen mundo” (inversión radical al esquema de Heiddeger*). Decir que las cosas no humanas están en el mundo de una manera inerte es ignorar el papel estético que desarrolla cada ser en el colectivo mundanal. El hombre no es un ser privilegiado, sino que debe buscar reintegrarse al orden de los entes. Sólo los entes participan como seres estéticamente sublimes.






Cuando un hombre se pule estéticamente, está anulando su humanidad. Se está ocultando. Está expresando a su animal. La estética deviene en las mejores decisiones, en la libertad, porque es un dogma. Quien aplica el dogma**, es libre. Quien por la razón decide otros caminos, es preso de esa capacidad de razonar. Por tanto,  el hombre deberá elegir: la estética o la razón. Pero una vez que  se conoce la estética, ¿quién podría rechazarla? Es tiempo, ¡no ya hombres, sino animales! de resucitar a Venus. 




Alegre me parecía Amor, teniendo 
mi corazón en la mano
y en brazos una
dama, envuelta en un lienzo, durmiendo, 
Luego la despertaba, y de este corazón ardiendo
ella espantada humildemente comía:
después lo vi partir gimiendo. 

Primer sonteto de Dante: La Vita Nuova. 




* Heiddeger plantea una diferencia entre el Dasein (el hombre) y el ente (animales, cosas). El Dasein es-en-el-mundo. El ente está-ahí. El Dasein tiene mundo. Se relaciona con el mundo. El ente, en cambio, está en el mundo, pero carece de mundo. No se relaciona con el mundo. Es pobre de mundo.

** Podría parecer contradictorio hablar de libertad y de dogma. Pero si consideramos que hay un dogma animal que se expresa mediante la voluntad estética, el no obedecerlo sería la verdadera ausencia de libertad. Sería la cárcel de la razón. 

Marcos Liguori

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