Quien no renuncie
A su oscuridad
Errará solo
En la negrura.
Un telón negro cubre el rostro de Dios. La oscuridad me hace rey, porque no hay nadie que me cuestione. Sin embargo ¿puede la carne ajena acariciarme? ¿Vestir mis trajes y hacerlos propios? ¿Moldearlos con suavidad furiosa? Si Dios quiere trascender su soledad deberá poner en riesgo su mundo.
El rayo derrumba la torre porque sus arquitectos no se entienden. El lenguaje condena a los hombres a la extrema soledad. Para vivir juntos deben compartir conceptos básicos, comunes, convencionales. Cualquier belleza en sus construcciones es tormenta.
Me horrorizo ante la negrura. Ante la fealdad de lo cotidiano. Los mundos que construyo día a día con otras personas son horribles. La torre no crece más allá del pedestal para no caer. Los conceptos que compartimos son feos y hacen feo al mundo. Prefiero aislarme. Atesorar mi profundidad en privado a compartir una deprimente mediocridad. A cortarle las alas al querubín negro que porta mi belleza.
Me quedo en mi mundo, callo.
La luz hiere
mis conceptos.
Pero no puedo dejar de construir. Siento la ausencia de un arquitecto. Busco otros creadores. Fieras ondas del mar, que espumen su propia vergüenza. Astros errantes que aporten dolor a mis conceptos y los embellezcan con oscuridad. Que los bañen en mal. En oro negro.
Mi mundo ha de ser sublime si lo construyo con seres que compartan anhelos estéticos sublimes, conceptos ambiciosos, comunes a los deformes, a los condenados. Con quienes vivimos bajo la tormenta. Con quienes repudiamos la luz.
Descubro el amor.
Carne errante me acaricia
Erige mi dolor con su dolor
Entrelazando en su rizo y el mío