domingo, 20 de diciembre de 2015

Mundo Dual


Quien no renuncie
A su oscuridad
Errará solo
En la negrura.


Un telón negro cubre el rostro de Dios. La oscuridad me hace rey, porque no hay nadie que me cuestione. Sin embargo ¿puede  la carne ajena acariciarme? ¿Vestir  mis trajes y hacerlos propios?  ¿Moldearlos con suavidad furiosa? Si Dios quiere trascender su soledad deberá poner en riesgo su mundo.

El rayo derrumba la torre porque sus arquitectos no se entienden.  El  lenguaje condena a los hombres a la extrema soledad. Para vivir juntos  deben  compartir  conceptos básicos, comunes, convencionales. Cualquier belleza en sus construcciones es tormenta.   
Me horrorizo ante la negrura. Ante la fealdad de lo cotidiano. Los mundos que construyo día a día con otras personas son horribles.  La torre no crece más allá del pedestal para no caer. Los conceptos que compartimos son feos  y hacen feo al mundo. Prefiero aislarme.  Atesorar mi profundidad en privado a compartir una deprimente mediocridad. A cortarle las alas al querubín negro que porta mi belleza.







Me quedo en mi mundo, callo.


La luz hiere
mis conceptos.
 ¿Errarán por siempre en la tiniebla?








Pero no puedo dejar de construir. Siento la ausencia de un arquitecto. Busco otros creadores.  Fieras ondas del mar, que espumen su propia vergüenza. Astros errantes que aporten dolor a mis conceptos y los embellezcan con oscuridad. Que los bañen en mal. En oro negro.
Mi mundo ha de ser sublime si lo construyo con seres que compartan anhelos estéticos sublimes, conceptos ambiciosos, comunes a los deformes, a los condenados. Con quienes vivimos bajo la tormenta. Con quienes repudiamos la luz.  

Descubro el amor.

Carne errante me acaricia
Erige mi dolor con su dolor
Entrelazando en su rizo y el mío
El metal pálido
 De una corona.






Marcos Liguori.



viernes, 4 de diciembre de 2015

Indumentaría Errante



Dios es el único
que puede llamarle
vida al barro.
Pero Dios no existe.



El abismo grita una sola cosa: “No hay nada” ¿Por qué  someto  mi carne a un viejo sermón? Mis errores serán castigados tan sólo con indiferencia.  Con silencio eterno. Aún así,  mi sangre se congela frente a la catedral ¿Por qué tengo que aceptar conceptos ajenos, convenciones?  Lo que me prometen se irá con la muerte ¿ Por qué los acepto? Nada quedará  en el cadáver ¿Por qué vivir así?

Mi traje viste catedrales. Sin embargo, me desnudo.  El abismo asusta,  pero la furia necesita el horror. El coraje para crear mi propia vestimenta requiere la ilusión de que la nada es lo único que me acompaña. Pero ¿por qué ilusión? Si voy a morir, y nada seré ¿Por qué aprecio intelectuales y pienso moderadamente? ¿Por qué temo ser ambicioso? ¿Por qué es de mal gusto el melodrama, si morir es algo colosal?





Soy  sastre de mis propios conceptos. Así como de mis gritos y mis temblores.  Mi sudor y mi sangre son los únicos dioses y el verbo les pertenece. La carne decidió ser concepto. Mi concepto. Mi vientre. Mi pecho. Mi corona.





Vivo los conceptos como los elijo vivir. Porque vivo solo. Porque voy a morir solo. Y lo único que me sobrevivirá será mi cadáver.

La flor oscurece en el abismo
Sin embargo,  su cadáver nunca se pierde
Algo persevera en la muerte
¿Es acaso Dios?
¿Es acaso la carne,
Que se deformó
Hasta ser corona?




 Marcos Liguori.








martes, 24 de noviembre de 2015

Corona de Carne






Una corona en la frente
 De carne podrida
Por conceptos victoriosos.

Me llevaré al abismo
Un entramado sublime
de espinas y verbos.

El gusano roerá
Del cuerpo de un rey
Materia sublime.


La muerte es nuestro destino.  Si por  eternidades infinitas estaremos tendidos en la nada, debemos prepararnos para el viaje.

Los conceptos que usamos por convención están cansados. No soportan la procesión. Caen muertos entre las flores y la multitud. El abismo se alimentará gozoso de tanta debilidad. Moriremos olvidados y solos. Seremos un cuerpo más en un mar de cadáveres.

Sólo el rugido sobrevive hasta la muerte.




Es tiempo de herir los viejos conceptos. Destruir templos y crear nuevos. Adaptar el concepto a la furia. Reclamar  el verbo salvaje. Es tiempo de construir un entramado de conceptos que formen una corona,  que llevaremos pálidos y triunfantes en la muerte.

Avecina la corona a la cárne trémula.





¿Qué es la corona?  Es un astro murciélago. Un sol que ilumina con oscuridad. Una nube sin agua que se posa en nuestra cabeza, una enredadera  otoñal doblemente muerta.  La corona es el coro de conceptos que harán sublimes nuestra carne, y la prepararán para el gusano.


Vamos a morir y sólo tenemos autonomía sobre nuestro cuerpo mediante el concepto y el lenguaje. No podemos esperar más. Debemos podrir nuestra carne con sublimidad y brillantez.

 Debemos dejar un cuerpo sabio, soberbio, crucificado a conceptos grandiosos.  No podemos dejarle  mediocridad al vacio. El abismo es tiniebla y sólo  seremos dignos de él si nos coronamos en oscuridad. Si mediante el asesinato interior reclamamos en el cadáver una belleza mayor.  Si forjamos en nuestra carne una corona que muestre el triunfo de nuestra existencia.


Marcos Liguori.




martes, 10 de noviembre de 2015

Fuga de la Piel.






En el malestar de la consciencia se halla la fuga. Así como en la muerte, los conceptos se derriten cuando avecina la fiebre. La crueldad de las formas tiene una debilidad, un punto de escape: el placer de la desfiguración.


Sacrifico mi ardor
Al canto de los músculos
Quemo conceptos en  sudor.

Toda abstracción es un pecado
En el limbo
De mis sensaciones.


Siento tanto calor en mi rostro, que la tierra húmeda es un lecho confortable. Deseo solo la brisa. Cualquier catedral se me hace repudiable. La desnudez es mi única religión.


Acaricio mi piel
Deseo tocar la tierra
Y besarla.


Me he dedicado al placer. He hecho de las voluptuosidades un santuario. Los cuerpos se degradaron en belleza material. ¿Son algo ante la muerte?
Lamentablemente nada. La inconsciencia y el abandono adivinan en su predecible final que  sin concepto no hay salvación. La frente desnuda es débil. Es necesaria la corona.








Marcos Liguori.








lunes, 2 de noviembre de 2015

Crucifixión







Les juro que así será,
En el verbo escupiré mi carne,
Y todo tendrá un nombre.
La corona será para  quien
La soporte.


Vivimos en el horror y el peso de ser nombrados. El lenguaje forja una mente sólida, fría y solemne. De pronto las inmensidades se ven reducidas a verbos y sustantivos. Las emociones de la carne son predecibles y tratables. El dolor es una cualidad. Nuestra razón, calma y serena, domina toda oscuridad.

*Sin embargo, la carne tuvo que soportar la tortura.*


Sueño con  carne ahumada,
Que me abraza y me canta al oído,
Serenatas del dolor.



El verbo es la cruz intelectual. La teoría escupiendo sobre el salvador. Nuestro único medio es el cuerpo, y en vez de arrojarle rosas, le arrojamos conceptos. La carga se hace pesada. Llevar conceptos en la espalda es cargar el mundo. Nuestros músculos, sedientos y azotados, cesarán en delicia de portar la cansada madera.

*Nuestro cuerpo caé rendido. Y no caemos sólos. Caemos con todos las bestias de la razón. Con los salvajes. Con los ignorantes.*

Los conceptos obligan a seguir la marcha. Mientras nuestra carne, ególatra, fantasea con ser única, catedrales crecen como la hierba. Somos seres prescindibles. Podemos morir y al mundo no le importará. Nuestra pasión es la única obra que hará justicia al ego.



*Muere en la cruz la carne desnuda. Se insarta en el cráneo la espina del concepto.*

El lenguaje reverencia al cielo. Pide respuestas. Pero el cielo no habla. Dios no habla. La gran inmensidad es indiferente a los gemidos de las palabras. Sólo la  fría brisa responde a la carne semi muerta, por su color pálido. 




La belleza bendice
El sonido del clavo
Mis latidos son victorias.

Me esfuerzo por vivir, potencio mis sensibilidades. Cada respiración es una batalla. Siento cada parte de mi doliente cuerpo. La oscuridad es mi único contraste. Mi único viaje y destino. Estoy muriendo, todo lenguaje me abandona. Pronto me uniré a la nada sin verbo. Al abismo sin conceptos. Sin embargo, la corona seguirá en mi frente.




Dolorosa Corona de conceptos
Adorna el cuerpo del salvador
La flor se marchita y la carne arde el sol
La horrorosa razón,  ilumina abismos




Marcos Liguori. 






martes, 27 de octubre de 2015

Tiniebla.



¿Qué pasa con aquellas realidades que el lenguaje no puede alcanzar? ¿Con aquellos hondos abismos en los que la emoción se pierde y no encuentra religión para aferrarse? El terror es la sensación de saber que uno mismo es un invento. Y que frente a la negrura, ese invento es risible.

Me inserto en la tiniebla
Muerto  mi verbo,  quedo atónito
Ante el mal oscuro
De mi divina piel.

Las sensaciones se convierten en la nueva ciencia, pues muerto el concepto, resurgen con toda su furia. Instintos errantes, como animales, dominan el entramado de carne. Estos nervios espuman su propia verguenza, pues se dedican solo al esplendor del cuerpo. Para ellos la belleza es sólo física, porque no existe vida interior. Su único lenguaje son gritos y gemidos, reservados a la oscuridad de la tiniebla.*




Sin embargo, la turbación es momentánea. La estabilidad prevalece. El cuerpo se recupera de su fiebre y comienza a pensar. Grandes catedrales hacen del abismo un digno enemigo. La corona promete salvación.  Y cumple.


Escupo dolores, místicos,
De mi acalorada razón
Me someto al cruel lenguaje
Y controlo terrores.

* Inspirado en la epístola de Judas.


Marcos Liguori.




martes, 20 de octubre de 2015

Carne Religiosa.





El concepto se disfraza de religión. A los sentires de la carne nada es verdadero. Sólo el dolor, el goce, la náusea y la furia significan algo relevante, pero por su sensibilidad artística sensorial. Por la euforia y la debilidad. Sin embargo -cual dialéctica esplendor-ocaso- de la inconsciencia brotan los más pesados y fríos dogmas, en catedrales.  La carne erige un imperio devastador. Ensarta al corazón con tres espadas y domina toda respiración. Ataca la inconsciencia y vence. Pero así obra un Dios. ¿Qué diferencia al lenguaje de la religión? Nada. ¿Que hace a la verdad? Nada. ¿Que hace a la filosofía? Nada. Toda concepción es mero misticismo. Somos grandes crédulos. Si dudásemos por un instante de nosotros mismos, nos encontraríamos frente al abismo.



                                                          
No hay Dios
No hay Razón,
Solo esplendor y ocaso,
De la Carne.




Sin embargo, puedo acariciar los conceptos. Puedo congelarme. Puedo vislumbrar en mi frente una gran corona de carne, que termina en metal y  púa.  He sacrificado sangre y lágrimas en mis creencias. He recibido los azotes que me proclaman rey.






Estoy hablando con la nada, y estoy harto de que el abismo me devuelva la mirada, se la devolveré a él, con una corona en la frente.





Marcos Liguori.




viernes, 9 de octubre de 2015

Corazón de Conceptos.


La palabra se inserta en la carne. El verbo designa materia. Mueve, procrea y mata. Los conceptos no son marionetistas, sino actores. Los conceptos estancan el barro. Le dan forma. Le dan vida. El mundo existe porque puede ser pensado. No hay más vida que la que el verbo humano ha creado. El hombre es Dios. 




Mis ideales se hacen carne
Cuando el veneno los pudra
Mi cuerpo perecerá con ellos. 

El concepto es clavo
Ata la piedad a la madera
Y el cuerpo desvanece en el saber.

Sueño con dolores
Nombres que designan cosas
Y mi carne responde al sermón.




martes, 29 de septiembre de 2015

Epílogo: Los Nervios Condenados.




En este epílogo me gustaría reivindicar de manera completa, a fin de cierre, a los nervios condenados. Los nervios condenados no son sino el espectro animal que he intentado a lo largo de mis textos hacer carne. La razón y los conceptos reprimen una naturaleza salvaje que debería estar presente en nuestra vida. Eso la dota de ambición y poder. Es lastimero ver como aceptamos las condiciones que nos rodean. Aceptar es comprender. Comprender es razonar.

No soy un fanático religioso ni un inquisidor respecto al conocimiento. Simplemente pienso, como dije en uno de mis textos, que todo conocimiento sin consecuencias prácticas es aire. Quien quiera encerrar a la literatura y a las artes en meros estadios contemplativos e inmateriales, e imponer una comprensión teórica y filosófica del mundo, debe tener mucho cuidado. Porque está considerando que el saber es un bien en sí mismo.  Sin embargo, no debe detenerse. Debe llegar hasta sus máximas consecuencias. Debe poder razonar, con su preciada lógica, que morirá y nada será. Si este saber le da un motivo para vivir, y este motivo para vivir es solo contemplar  el saber,  hemos de concluir que este hombre es digno de ser ignorado. Los sabios son cobardes.

Por tanto, en estos escritos me he dedicado a reivindicar cada parte negativa de la naturaleza humana. Aquellas pasiones y esquemas que han sido derrocados por la historia y condenados a no ser más. En las creencias que consideramos erradas, en aquellos horrores y monstruos del razonamiento,  se encuentra una fuerza vital que es mucho más poderosa que la mera teoría aceptada por una convención académica. Las creaciones, independientemente de su validación, tienen una fuerza de verdad, un anhelo de existencia que se impone a cualquier análisis de juicios. Hay irrazones y fantasías sedientas de realidad. ¿Por qué negarles la carne?





Los impulsos humanos son muchos más valiosos que los conceptos, y en ello esbozo una idea progresiva de animalidad. Nunca hablé de un retorno a lo animal, sino un camino hacía el. Habiendo cesado el imperio de los dogmas en la ilustración y muertos los conceptos humanos en los campos de concentración, la posibilidad de rescatar una parte de aquello que llamamos “humano” la encuentro solamente en nuestra naturaleza animal. La estética que ningún concepto puede ya garantizar se encuentra viva y naciente en lo animal. Solo así es posible de hablar de belleza sin resucitar a Dios. Sin rezarle a dogmas. La emocionalidad constituye lo más noble de nuestra esencia. Los nervios condenados redimen al hombre de su hondo y amargo futuro. Es cierto que moriremos, pero ese es un problema de la razón. La muerte solo es una desgracia para los sabios. Para los poetas  es un milagro. 

Marcos Liguori

domingo, 23 de agosto de 2015

Lo Mundano.




Cuando captamos las sublimidades de este mundo en su mayor expresión, un ligero temor puede atormentarnos. Ese temblor se traduce en la posible pérdida de la profundidad. Lo que antes era a nuestros ojos divino de pronto se vuelve amargo, sin sabor, con la angustia como única recompensa. Un demonio nos susurra al oído que todo lo que ahora es tan bello y singular puede ser una extrema farsa. Todo lo que apreciamos puede perderse en un vacío y convertirse en algo mediocre. La música pierde profundidad, la belleza irrita por su ausencia.

Esto me hace preguntarme: ¿Hay alguien que quiera desmitificarse? ¿Quién sacrifica la furia por una cobarde razón?  Qué triste espectáculo de ver.

Todo esplendor de la forma, carne o espíritu, ya sea en su ardor divino o en su grito animal, tiene un hondo vacío al acecho. Un lobo que devora los rosales dorados y amenaza con la fealdad del lodo: lo mundano. Lo mundano es la monstruosidad hecha realidad. Es la ausencia de fin, la ausencia de medio, la muerte representada en el lienzo más negro.  Si a algo debe temer el hombre es a la carencia de emoción,  a la cúspide angustiante de lo mundano.  ¿Qué es lo mundano?  Es la victoria de aquel demonio que promete la  nada eterna y cumple. Es un dolor privado de estética. Es la tristeza intoxicada. Es la melodía de la mediocridad.





(Lo sublime pierde esplendor y se confunde en el espacio)

Dije: “El esplendor tiene un lobo al acecho”. Esto significa que  todo estado emocional intenso sufre la posibilidad de un ocaso.  Ese ocaso sólo es posible en el hombre. Es el único ser capaz de no ser sublime. ¿Por qué? Porque posee un mundo. Tiene la posibilidad de ser mundano.

¿Qué es poseer un mundo?  Simplemente tener consciencia de ese mundo.  Hacerse cargo de toda la miseria que nos rodea mediante esa consciencia. En su estado reflexivo, el hombre se identifica con las fuerzas angustiantes que su razón le dicta. Encuentra impotencia en la muerte e incapacidad de ver belleza. El existencialismo triunfa. El hombre peca, pues se identifica completamente con su ser y deja de lado su parte no-mundana, su parte como ente, su parte sublime.


(Se olvida a la belleza y se la estanca en moldes muertos). 


Queda claro que el ente (aquello que no es consciencia ni humanidad. Por ej: el mar) es sublime y el ser (lo consciente, lo humano) es mundano. 

El ente es la deshumanización individual en pos de la victoria de lo estéticamente sublime. Es la muerte absoluta del hombre. Si lo bello es ausencia de ser, entonces lo sublime es ausencia absoluta de ese ser. El hombre tiene y tendrá la posibilidad de su mayor obra de arte en la muerte. Sin embargo, esto sería inútil. Nuestro narcisismo nos perdona la vida. ¿De que nos sirve morirnos y ser arte si no podremos apreciar esa obra? El ente no puede enamorarse del ente. He aquí la bella tragedia que engendra al ser. 



(El ser elemental desarrolla facultades trágicas)



(Oscurece y se confunde en ente)
El ser  es aquella parte reflexiva  y consciente que hace al ser humano.  Asi como tiene la capacidad de apreciar, admirar, entender, cuestionar, etc.,  tiene el angustiante don del enamoramiento.  ¿Qué es el enamoramiento?  Ser queriendo ser ente.  Ser apreciando el campo del ente.  Diría Badudelaire: “esa necesidad del olvidar el yo en la carne extraña es lo que el hombre llama necesidad de amar”. Cuando el ser quiere arrancarse a si mismo y  su propia mundanidad en el campo de lo sublime, podemos decir que ama. Estamos de acuerdo que no hay nada más desgraciado que el ser, sin embargo, eso lo hace capaz de amar.

Se refutará que las emociones responden a patrones inconscientes, y por ende, a una parte más animal que humana (de hecho es lo que he afirmado en todos mis escritos de Caos del Espíritu). Esto es cierto en parte, pero no en su completitud. Los impulsos animales trazan el espectro sangriento de nuestra emocionalidad. Sin embargo, esto no sería posible si una parte de nuestra esencia no estuviera constituida por el ser. Si fuéramos puramente animales, seríamos furia en su máxima expresión. Seríamos pura inconsciencia y no existiría el concepto de emoción. Para amar necesitamos nuestra parte humana.  Cuando hago apología al animal, lo hago en defensa de una parte de nuestro ser que ha sido mayoritariamente reprimida. Hoy gobierna el hombre y se reprime el animal. Para mí ha de invertirse ese esquema  pero sin exterminar al hombre. Porque si exterminamos a nuestra única posibilidad de ser da lo mismo la muerte.  




 (El exterminio absoluto es la quietud en perfección, pero quietud.)

En tanto, amar es el deseo de dejar de ser nosotros mismos,  al borde del exterminio, pero sin dejar de serlo. Es cuando el mar nos cubre y apenas nos deja respirar. Es la propia humanidad evaporándose por todos los sentidos pero sin fugarse completamente. En eso consiste la vida. Somos una porción de vivir en un inmenso mar de muerte y vacío. Aquel "crimen del ser*" ya ha sido realizado. El hombre ya existe. Ya  se ha desprendido del sublime mundo del ente. O peor aún, nació de ese desprendimiento. ¿Qué queda hacer?




                                (El ente se petrifica. Lo sublime queda aislado de la humanidad.)


Se trata de ser sublimes sublevando a nuestra parte mundana. Se trata de contaminar nuestra feladad con el veneno de nuestra belleza. Hacer de lo mundano una fuerza menor, y sublimizar nuestras emociones. Hacernos obra de arte, pero no completamente, porque moriríamos. Si el lobo mundano devora las flores sublimes, estás han de herirlo con su veneno.  Esto es lo que buscamos. La mundanidad herida. La mundanidad sangrando. La belleza hiriendo a la muerte, no la muerte hiriendo a la belleza.  La “no” afirmación del hombre, pero sin dejar de afirmarlo. La doctrina del anti-existencialismo.  Ser bellos hasta un punto casi mortal, sin perder la vida.


(La sublimidad encuentra razón en lo oscuro)


(Porque la belleza se guarece en la oscuridad de la razón)

*Concepto regalado por Eleazar Toledo. 


Nota: Quisiera agradecer a Agustina Babini y a Eleazar Toledo, por dedicar horas y vida en este tema.

Marcos Liguori. 

martes, 28 de julio de 2015

Lo divino y lo animal.



(El cadaver divino toma forma en el animal.)

La idea de Dios es una idea peligrosa. Quien osa a experimentar con ella corre el riesgo de adorarla. Pero sin embargo, una vez superada su repercusión moral y ontológica, puede ser útil en un sentido completamente creativo. Con Dios se abre de plano un nuevo estadio emocional y experimental en el sentido sentimental. El plano divino. Lo que propongo aquí no es una adoración o creencia en un Ser superior, sino una experimentación emocional con la idea de Dios. La idea de Dios, por más escupida que haya sido, se encuentra presente mediante el poder de las instituciones. Por tánto, robémosela, y relacionémonos con ella en un plano puramente individual.




(Lo místico produce terror)

Por más que Dios no exista, debe ser enfrentado, comprendido, y utilizado como concepto emocional. Dios deja de ser una entidad creadora y pasa a ser un plano emocional perceptivo en dónde las cosas tienen cierto valor superior al mundanal. Allí hay una fuerza, una divinidad propiamente humana, la conoración poética del hombre en pos de una obra que no puede crear racionalmente. Dios es el ocaso de toda cotidianeidad en un plano superior y misterioso. Dios es la sumatoria de los anhelos y deseos humanos plasmados sangrientamente sobre un lienzo en blanco. Dicha pintura, refleja la crueldad como la desgarradora situación existencial en la que nos encontramos. Dios no es un enunciado, es una imagen. No es un razonamiento, es un dolor.





(Dios no existe sin la emoción)


El anhelo de trascedencia implica una sola cosa: intensidad. Dios es, por sobre todo, sinónimo de intensidad. Sin embargo, nuestras uñas son demasiado débiles para desenterrar su Cadaver. Se quebrarían. Han de tornarse, entonces, en garras que devoren el cielo. Si la intensidad ya no puede encontrarse en Dios ¿Qué queda de sagrado?. Lo animal.







(Lo divino y lo animal se confunden)

 Pero antes de preguntarnos por el animal, ¿por qué no el hombre?.  Porque el hombre está en plena muerte. El hombre fracasó. El hombre es un estado inherte. Una paradoja de la razón. El hombre es la intensidad mutilada en un suave raciocinio que solo profesa eternidades negras, alienación y decadencia. No hay nada brillante en el hombre, porque el hombre es negación de lo brillante. Es negación de lo sagrado y de lo animal.





(El hombre es carencia de divinidad y represión de animalidad)

Por contrario, tanto divinidad como animalidad dan la sensación de algo más. Dan el coraje y la voluntad de algo que no le importa su muerte. Son poderes en plena expresión. Son la propia reafirmación estética del individuo, que considera su sublimidad más digna que cualquier verdad.Una vez muerto Dios, y muerto el hombre, queda solo paso a lo animal. Lo animal no es un estado primitivo, sino una primitivización de las complejidades. Lo animal es un resurgir de la propia intensidad antes devenida en religión y asesinada en ciencia. La propia forma, la propia divinidad, se preserva de su muerte complejizándose a tal punto de volverse primitiva. Sangra de tanto orden, y se vuelve carne. Las emociones que antes nos hacían religiosos, hoy nos hacen animales.


(El salvajismo integra en su estética lo divino)